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Lecciones de Viajes

“QUÉ HICE ESTE VERANO” suele ser el primer trabajo de escritura que tienen que presentar los estudiantes en el año escolar.  Mi propio trabajo de escritura incluiría un viaje a El Salvador, con alojamiento en Nuestros Pequeños Hermanos. NPH fue fundado originalmente en México por el Padre William Wasson en 1954 como un hogar para cuidar a niños huérfanos, abandonados y en situación de riesgo. El Padre fundador creó un lugar seguro donde los niños pudieran desarrollarse dentro de una cultura centrada en el amor incondicional y la fe. Actualmente, NPH cuida a niños y transforma vidas en nueve países de América Latina y el Caribe.

Con permiso del Cardenal George, como sacerdote fui Director Regional de nuestros hogares NPH en Centroamérica desde 2005 hasta 2010. El mes pasado volví a El Salvador y, al cruzar las enormes puertas, la mezcla de aromas de las tortillas caseras y de la granja de al lado con sus vacas enseguida me colmaron de recuerdos de los cinco años de servicio allí. Al instante sonreí y pensé: ¡qué bendición estar de nuevo aquí! Sabía, por supuesto, que sacrificaría muchas de las comodidades cotidianas durante mi visita.

Mientras estuve allí, NPH celebró el vigésimo cuarto aniversario de puesta en marcha de un hogar en El Salvador. Comenzamos el día con una Misa temprano, y me llenó de optimismo saber que la tradición de participación plena y activa en la liturgia sigue existiendo allí, donde más de 500 niños cantaban y respondían con entusiasmo a las oraciones.

Después de la Misa, todos se cambiaron la “ropa de iglesia” por la “ropa de juego”. A las 9 de la mañana ya hacía 95 grados F, así que yo también decidí quitarme la sotana negra y el cuello romano y ponerme una camiseta y unas sandalias. Fue una buena decisión, ya que la siguiente actividad del día consistió en una clase de zumba/salsa de una hora de duración. ¿Acaso el obispo bailó zumba y salsa? ¡Sí! Sin embargo, créanme cuando les digo que no mostré ninguna habilidad ni gracia al hacerlo; fue un ejercicio de verdadera humildad que también hizo agitar mi corazón.

El resto del día estuvo repleto de juegos y torneos de fútbol mientras disfrutábamos de la cálida amistad y de la animada conversación que compartíamos unos con otros. El broche de oro para los niños fue que se les sirviera perritos calientes, una bolsa de papas fritas y una lata de refresco en el almuerzo. Si bien puede parecer una comida básica, estos niños están acostumbrados a comer arroz y frijoles todos los días, por lo que significó una riquísima sorpresa que recibieron con mucho agradecimiento.

Al día siguiente, después de mi Hora Santa matutina, esperé el ritual diario del hilito de agua de las 6 de la mañana. Después de ducharme, me vestí con mi sotana negra, cuello romano y cruz pectoral y me subí a una camioneta para cruzar la frontera con Guatemala, un viaje que debería haber durado unas dos horas y media. Sin embargo, debido al estado de las carreteras repletas de baches y árboles caídos, el trayecto duró casi cuatro horas.

Llegué al pueblo de Santa Rosa de Lima para presidir la ordenación de Juan Carlos Piri. Durante los últimos cuatro años ha sido seminarista en la Diócesis de Joliet. Una vez que terminó sus estudios, le ordené sacerdote allí, en su pueblo natal, en presencia de sus padres, hermanos, parientes y casi todos los demás habitantes del pueblo.  

Antes y después de la Misa, se lanzaron fuegos artificiales. Y fuera de la iglesia, con su gran coro y música sacra, el espíritu de fiesta impregnó el aire con resonante música junto con coloridos globos, carteles y decoraciones. Fue una celebración asombrosa y reflejó la profunda fe de esa comunidad, que forjó al Padre Juan Carlos Piri y fomentó su vocación.

En mi regreso a El Salvador, durante mi última noche allí, se desató una fuerte tormenta que nos dejó sin electricidad. Pero en lugar de estar disgustado por este inconveniente, me sentí agradecido por la lluvia que refrescaba todo, incluso a mí.  

Al acostarme, di gracias a Dios por haberme mantenido a salvo durante mis viajes. Pedí bendiciones especiales para los queridos niños de NPH y para la orgullosa familia y solidaria comunidad del Padre Juan. En mi “trabajo de escritura del verano” daría gracias a Dios por las comodidades que tenemos “al regresar a casa” y que a menudo no valoramos: nuestra seguridad, alimentos, agua, electricidad y nuestras comunidades parroquiales. 

¡Disfruten mucho de lo que queda del verano!